miércoles, 14 de noviembre de 2007

Mujeres en la sombra


NOVELA POR PUBLICAR
ASIENTO REGISTRAL 02/2004/3695
SINOPSIS


NOVELA PUBLICADA EL 9-7-2009 POR EDITORIAL COMANEGRA


Paula vuelve a Barcelona, su ciudad natal, después de un largo exilio. Conoce a Marina, una sobrina adolescente que la acompaña por una ciudad que había comenzado a olvidar. Le explica un sueño recurrente: Una estación, un tren que arranca. Paula corre ansiosa, necesita subir. Pero el tren marcha sin ella. Noche tras noche pierde el tren de sus sueños. La joven intuye el significado pero lo guarda para sí. No quiere herirla.

El encuentro con Paula, despierta en Marina una incertidumbre: La vida esconde misterios, esconde historias. Existen otras realidades pero a veces están ocultas entre las sombras…

Marina intenta narrar las historias que le contó su tía, pero no puede… Faltan los capítulos de su vida para acabar el ciclo. Pasan los años y sentada ante el portátil narra la historia de Paula, de su familia, de sus recuerdos.

“Mujeres” son cien años en la vida de una familia que se instala en Barcelona, donde las mujeres son protagonistas que no quieren permanecer en la sombra. Paula y Marina vivirán dos guerras muy distintas: La guerra civil española y la guerra adolescente contra uno mismo.

Paula seguirá soñando con el tren que siempre pierde. Marina consigue subir a un vagón… tiene billete de ida y vuelta.

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Detrás de la pantalla


RELATO PUBLICADO EN LA ANTOLOGIA "QUÉ ME ESTÁS CONTANDO"

EDITORIAL: HIJOS DEL HULE

Eduard observa de forma compulsiva el reloj de diseño que hay en la pared. Dentro de una hora acabará este horrible turno de doce horas. Tiene ganas de huir del ambulatorio, dejar el uniforme en el cesto de la ropa sucia y salir a la calle para respirar.
Cuando llegue a casa, su mujer y sus hijos estarán durmiendo, lo prefiere así. No tendrá ganas de hablar y sobre todo no soportaría escuchar más quejas de nadie, menos de la familia. Se dará una ducha larga y caliente, luego se estirará en el sofá, hasta confundirse con él, y poder sentirse sólo un mueble.
Está a punto de desconectar el ordenador, cuando una voz lo arranca de forma cruel de su ensimismamiento.
–Chicos tenéis un aviso: Tráfico en Gran Vía con Rocafort. Dos politraumatizados y un exitus. ¡Daros marcha! Prepararos para lidiar con prensa y exceso de curiosos, los accidentados son gente del famoseo. Suerte.
La voz cantarina de Raquel, la administrativa, era lo último que deseaba oír; una guindilla para rematar aquel día: Infarto al alba. Cadáver a media mañana, descubierto por las sospechas de la vecina; ya que la abuela llevaba semanas sin bajar la basura. Psiquiátrico de ciento cincuenta kilos a la hora de comer; que con cuchillo en mano, amenazaba a todo bicho viviente que se movía. Pelea con navajazos para merendar, y acabando el turno un tráfico.
¿La gente no sabe divertirse de otra manera?
Llega al lugar del accidente y por suerte la policía se le ha adelantado. Han limpiado la escena, apartando fotógrafos y ciudadanos morbosos, que disfrutan llorando con las desgracias ajenas o viendo sudar a los obreros en los andamios.
Eduard see encuentra con un coche deportivo rojo hecho trizas: un montón de euros, convertido en chatarra. El conductor que llora de forma histérica, solo tiene rasguños sin importancia y una borrachera impresionante. Desde luego, interpreta mejor en la telenovela que emiten cada tarde por televisión; parece más natural detrás de la pantalla. Mientras le inyecta vitamina B y le da un ansiolítico, constata que es más bajito y delgado de lo que parece en la serie; será cierto que la tele engorda. Su compañera no volverá a rodar ningún otro capítulo: está fiambre. Los guionistas tendrán que estrujarse los sesos, pues la joven, cree recordar que era una de las protagonistas de la serie.
Los curiosos se multiplican como las setas. Una mujer llora y grita al público, como si ella fuera un personaje más del folletón de la tarde, informa a todos de que Agnes la hija del banquero está muerta. Un abuelo dice que la culpa es de Ramón, que conducía borracho. Escucha los comentarios sin dejar de trabajar y lamentándose de que la gente sea tan ignorante. ¿No saben discernir la realidad de la ficción?
Eduard ejecuta su trabajo de manera automática, con la eficacia que se obtiene después de años. Atiende al otro superviviente, también actor de la telenovela, y mientras le pone una vía, un collarín y lo intuba, sigue escuchando los comentarios del público, que están disfrutando como camellos con un capítulo en directo de la serie que lleva entrando en su casa, hace más de mil tardes.
La actriz para el forense, el conductor para la policía y el otro superviviente directo a cirugía del Clínico. Por fin se acaba el turno y Eduard se dirige feliz a casa.
Como suponía, encuentra su hogar envuelto en un silencio acogedor. Se estira en el ansiado sofá... pero no tiene sueño. Tampoco tiene ganas de leer. Piensa que será mejor dejarse hipnotizar por la caja tonta y no pensar en nada. Conecta con una cadena en la que emiten películas antiguas, en blanco y negro y se deja arrastrar por las imágenes, por la música de fondo.
Es un pastel de película, un dramón sin pies ni cabeza y Eduard sin saber porqué, empieza a llorar como un niño. Llora y moquea al compás de la protagonista, cuyo novio la ha dejado embarazada y está apunto de lanzarse al río Hudson.



GRISELDA MARTÍN CARPENA

Té con Blanca


FINALISTA EN EL 2º CONCURSO DE RELATOS DE S. JOAN D'ESPÍ

Apoyada sobre el hombro de su marido, Ágata se siente adormecer. ¡Han envejecido juntos! Mira hacia atrás y le parece que todo ha pasado demasiado rápido. Su vida ha sido intensa. Han disfrutado de una vida larga y a pesar de todo feliz…
El reloj de madera que hay enfrente del sofá, la arranca de la duermevela. Suenan cuatro campanadas y mira el objeto que durante tantos años ha marcado el ritmo cotidiano de su vida. Las manecillas del reloj giran sin cesar, giran sin saber porque, y mientras van describiendo esa circunferencia marcada por números fijos, pasan los días, pasa la vida de forma insolente, de forma descarada. Sin pedir permiso, el ayer se convierte en presente, se convierte en un momento fugaz, etéreo, y en un instante se transforma en pasado, formando parte de un recuerdo.
Deja de filosofar con el reloj. Se prepara para el ritual de cada tarde, aunque hoy sufrirá un pequeño cambio. No puede dejar de pensar en su marido, en la casa, en su decisión, y no dará marcha atrás... La casa igual que ellos, ha sido testigo del tiempo vivido: faltan piezas en el tejado y a las paredes no les iría nada mal, una mano de pintura; el jardín que siempre ha sido la envidia de los vecinos, se ha convertido en una selva descontrolada; las malas hierbas y las enredaderas han ganado la partida a las flores que en un pasado, lucían sus estudiados colores en inmaculados parterres; pero ahora ya no le importa… En aquella casa los únicos objetos que se conservan intactos y que incluso se han revalorizado, son un juego de té y el cuadro que desde la pared, ilumina todo el salón. Su sobrina Alicia se hará cargo de todo, restaurará la casa y nada habrá cambiado...

Ágata nació en Londres y allí conoció a Luís, un pintor de otro país, de un país cálido, acariciado por el sol. Se enamoró del hombre, se enamoró de su obra y junto a él, cruzó el Atlántico. De Londres se llevó el recuerdo, se llevó unas costumbres que conservó durante toda su vida, y con ella viajó un juego de té que habían poseído todas las mujeres de la familia.
La joven pareja que iniciaba su vida con pocas cosas materiales y mucha ilusión, se instaló en una casa apartada de la ciudad. Era un caserón precioso y destartalado, envuelto por un jardín descuidado, con una fuente de piedra que custodiaban dos querubines. Ágata y Luís, viendo más allá del deterioro, imaginaron como quedaría aquella casa con su jardín cuidado, las paredes pintadas y ellos dos en el porche, sentados en sillones de mimbre y juntos… sin necesidad de hablar.
Luís se dedicó a lo que sabía hacer, que era también lo que le apasionaba: se dedicó a la pintura. Ágata construyó el paraíso que habían soñado en el jardín, controlaba la cuestión financiera y por las tardes sentada en el porche blanco, escribía relatos que quizás algún día enviaría a una editorial.
Dos años después de instalarse en su paraíso privado del Maresme, aumentó la familia. Tuvieron una niña de piel blanca y ojos azules como el mar protagonista de los oleos que llenaban la buhardilla. Juntos vieron crecer a Blanca, su única hija.
El tiempo convirtió a la niña en mujer, y marchó del hogar familiar. Estudió medicina en Barcelona. Blanca era inquieta y su ansia de aventura impidió que construyera como sus padres un nido donde reposar. La necesidad de ayudar a los más desfavorecidos, la llevó a países lejanos, donde decía a sus padres que podía ejercer su profesión en toda la esencia. Luís se preocupaba en voz alta, su mujer en silencio. Lo calmaba siempre con la misma frase: cada cual ha de recorrer su camino. Ella también se quería convencer.
Aunque Blanca estuviera lejos, su rostro y esencia eran parte de la casa. Su retrato colgaba de una pared del salón, encima de la chimenea y desde aquel lugar privilegiado sonreía a sus padres. Compartía con ellos cada tarde el ritual del té, ritual que Ágata mantenía de forma fiel.

Son más de las cuatro. Ágata mira por la ventana y comprueba que el sol con su pereza habitual y cíclica, ha dado permiso a la entrada de la tarde. Consigue levantar sus pesados huesos del sofá y se dispone a sacar del aparador del salón, el juego de porcelana. Abre las puertas de cristal y con la tetera en la mano se siente más cerca de su infancia. Es como si pudiera viajar en el tiempo y recuerda a su madre, a sus hermanas. Vuelve a ser una niña peinada con largas trenzas y con la punta de la nariz manchada. Cada taza lleva el dibujo de una flor y cada hermana tenia la suya. Una de las tazas lleva dibujado un girasol, es su taza preferida y tuvo que imponerse a sus hermanas. Todas querían tomar el té con leche, en la taza que llevaba pintada la flor que asociaban al verano, al sol, a la luz. Pero Ágata ganó la batalla, por algo era la mayor. Se escribe regularmente con sus dos hermanas, pero la distancia es un abismo. Cuando te has convertido en una anciana, la distancia es una barrera infranqueable. Alicia la hija de su hermana pequeña, es la única persona de la familia que ve con regularidad. Vive en Barcelona y cuando sus viajes de trabajo se lo permiten, nunca pierde la oportunidad de visitar a los tíos.

Ágata pone el agua a hervir y sonríe al recordar a Luís. Se burlaba de sus costumbres, eso sí, cuando era capaz de burlarse; cuando se enteraba de lo que hacían los demás, cuando se enteraba de que hacía él. Ella respondía siempre lo mismo: las costumbres son importantes, dan sentido a la vida, le dan personalidad a la rutina. Estaba convencida de ello.
Lleva tiempo viviendo en un mar de dudas, pero ahora está convencida de lo que va a hacer. Su educación religiosa ha evitado que actuara antes. Lo que piensa hacer está en contradicción con su fe, pero ya no le importa... Gracias a su fe, se mantuvo entera cuando Blanca desapareció de sus vidas, pero aquella vez sin retorno. Un accidente muy lejos del hogar, en uno de aquellos países castigados por la guerra y el hambre, la convirtió en el retrato eternamente joven que su padre reflejó en el óleo del salón.
Ágata conservó la mente clara, consiguió construir una fachada rígida que ocultaba un caos interior. La tristeza que cada mañana le dificultaba abandonar la cama, la combatía pensando en Luís. Ágata deseaba dormir, dormir y no pensar, dormir y no sufrir. Pero su marido la necesitaba. Se convirtió en un ser inanimado: dejó de comer, dejó de pintar, dejó de vivir. Nunca había dejado de querer a ese hombre que tenía a su lado y luchó por él. Cada mañana descorría los cortinajes de la habitación, dejaba entrar el sol en la casa. Bajaba a la cocina y le preparaba el desayuno. Lo acompañaba a la cama y le hacía tomar sus cápsulas de diferentes colores: La amarilla para la tensión, la roja para la depresión, la verde pequeña para dormir. La química, la constancia y el amor, obtuvieron su objetivo, y Luís parecía superar la depresión.
Ágata lo había conseguido, su marido estaba mejor pero ahora era ella la que no se encontraba bien. Todo lo que hacía se convertía en un esfuerzo. La tristeza disimulada de aquel adiós, estaba haciendo estragos en su cuerpo y el corazón se le rompió... Decían los médicos que la causa de sus molestias, era una válvula calcificada, una insuficiencia cardiaca, ¿qué sabían ellos?... No discutiría tecnicismos que ni entendía ni compartía.
La mejoría fue un espejismo y Luís no tardó en empeorar. Se le acentuó un temblor en las manos. Dejó poco a poco de pintar, hasta que sus dibujos se convirtieron en burdos garabatos. Los médicos diagnosticaron esta vez un Parkinson. Nuevos fármacos parecía que lo aliviaban, pero con el tiempo dejaban de ser efectivos. La rigidez iba ganando terreno a un cuerpo, que había sido todo lo contrario a la realidad que estaba sentada en el sofá. Con el tiempo, la enfermedad degeneró en demencia. La farmacia abandonó de forma insidiosa toda su efectividad y Luís fue desconectando lentamente de la vida: No sabía dónde estaba. Se olvidó del porqué. Se olvidó del para qué. Dejó de saber quien era. Sólo conocía a Ágata y sólo esbozaba algo parecido a una sonrisa, cuando oía la voz de su mujer.
La vida de Ágata tiene fecha de caducidad. El cardiólogo dijo que su corazón no soportaría una nueva operación. La medicación no evitaba el edema ni su hambre de aire. Sólo el amor a su marido conseguía hacerla seguir en pie. Pero todo tiene un final y ella sabe que le queda poco. ¿Que haría Luís sin ella? Su mente clara busca una solución. Sólo ve ante ella dos posibles caminos. Uno de ellos pasa por vender la casa, la casa que lleva impregnada en todos los rincones el recuerdo de su hija y con ese dinero podría pagar una residencia hasta que Luís se reuniera con ellas. ¿Quién viviría en su casa? ¿Respetarían los objetos que llevaban el recuerdo de su hija, de su marido, de ella? Ágata cree firmemente que algún día, volverán a estar juntos: Luís liberado de la rigidez de su cuerpo y cerca estará Blanca, con su alegría, con su presencia, pero… fuera del cuadro. Hay otra alternativa, y con ella el cuadro de su hija, seguirá colgado en el salón…Confía en su sobrina Alicia.

El agua hierve en el fuego y Ágata prepara el último té, esta vez con mucho amor y con una fuerte dosis de química… Se sienta junto a Luís en el sofá del salón. Le acerca suavemente a los labios, la taza que él ya no puede sostener con las manos. Se sirve el suyo con leche desnatada, como es habitual, y en su taza con el dibujo del girasol.
El reloj de pared toca seis campanadas. Ágata recoge la mesa auxiliar. Lava y seca las tazas con suavidad. Las guarda en el aparador Victoriano, y se acomoda junto al cuerpo que tanto ha deseado y que últimamente cuida como a un bebé. Siente su calor. Apoya la cabeza en su hombro y ambos entran en un sueño dulce que Blanca contempla con una sonrisa, a través del cuadro colgado en el salón.

Alicia cruza el jardín. Acaricia el querubín que custodia la fuente y entra en una casa llena de recuerdos. Se sienta en el sofá del salón y la envuelve un silencio tan solo roto por el tenue sonido de las manecillas de un reloj.
Mañana volverá con el interiorista y decidirán sobre las mejoras que piensa hacer en la casa. Está decidida a montar su despacho en el salón, cerca del cuadro de su prima Blanca y desde luego, no piensa prescindir del hermoso aparador victoriano que hay al lado de la chimenea.