miércoles, 23 de abril de 2008

Girando en la rotonda

RELATO FINALISTA CONCURSO SAN JOAN DESPI. 2008
Entrega de premios, 25-4-2008 en biblioteca Miquel Martí i Pol







Celebrando el premio con mis compañeros de ambulata y críticos literarios particulares.
Foto superior: Carles Porta, periodista y escritor (tor, tretze cases i tres morts)
Foto inferior: Rosa U.,Encarna,yo misma, Felip, Rosa S.
Fotógrafa: Montse


ELLA

Llueve intensamente, pero a ella no le importa. Le gustan los días lluviosos, grises, que últimamente sintonizan con su estado de ánimo. Al volante de su coche, dirección al trabajo, mientras observa la matrícula del SEAT que la precede, le invade una sensación: todo es una gran mentira.

A punto de entrar en la rotonda, mira atenta a su izquierda, es uno de los puntos negros del trayecto de todos los días. Cuando dejas el camino recto y has de elegir otra dirección, los conductores se vuelven locos, no respetan las normas, algunos dudan, puedes esperar cualquier reacción incongruente. Tras unos segundos de tensión, entra en el circulo que distribuye las direcciones, ahora, solo es cuestión de escoger la salida y volver a la tranquilidad.

Le levanta con cara de malas pulgas, el dedo anular de la mano derecha, al odioso conductor que no la deja cambiar de carril, lleva un buen rato pidiéndole paso con el intermitente y el muy gilipollas casi la obliga a salir de la autopista por no aminorar un poco la marcha. ¡Son malos!
Consigue salir por la dirección correcta, ha solventado una de las dificultades de todos los días, solo le queda una rotonda para llegar al instituto, respira tranquila, pero una asociación de ideas le da vueltas en la cabeza, como una noria que gira sin cesar.
La rotonda y su vida, la rotonda y su vida.

Cuando tiene el volante del coche en las manos, entra en una especie de catarsis que la ayuda a centrar los pensamientos. Su cuerpo, sus reflejos y su mirada, están pendientes de la carretera, pero al mismo tiempo, la mente se libera y puede pensar con tranquilidad.
Hace tiempo, no sabría decir cuanto, se siente como si estuviera girando de forma infinita en una absurda rotonda, absurda y aburrida. Se abren ante ella, varias direcciones, pero no se decide por ninguna. Se preocupa por pequeñeces, los problemas de los demás, la están desbordando. Nota la mente disgregada, se siente mal y realmente no sabe porque. ¿Hay algo tan importante para que todo deje de ser importarte?
Debe encontrar la salida y dejar de girar sin sentido en el círculo de sus pensamientos.
Debe salir de la rotonda de su vida.
.
Se pone el semáforo en verde y arranca de nuevo. Deja que las ideas fluyan sin control y piensa en el trabajo. ¿Por qué no pide el traslado para el instituto del barrio? Sería más cómodo, ahorraría tiempo y dinero pero por otro lado, su mundo se reduciría. Trabajando lejos de casa, es como vivir en dos mundos distintos, separados por tres cuartos de hora de carretera. El tiempo que dura el desplazamiento se convierte en un periodo de recogimiento, cuarenta y cinco minutos de ver pasar la vida tras los cristales de su pequeño coche, donde se encuentra consigo misma. Uno de los pocos momentos que son realmente suyos.
¡El instituto! ¿Quién la mandó a ella dedicarse a la enseñanza? Se ha transformado en la mujer que soñaba cuando era adolescente, todos sus sueños se han convertido en realidad, pero está viviendo los sueños de aquella niña, no los de la mujer.

Los adolescentes, niños que se quieren disfrazar de adultos, que rechazan a sus mayores y cometen sus mismas faltas, la esperan un día más. Se esforzará en hablarles de civilizaciones antiguas, les pasará diapositivas de esculturas, de iglesias que han permanecido a través de los siglos, de cuadros que esconden secretos, pero ellos, en cuanto se dé la vuelta, lanzarán papelitos por el aire o quedarán para el fin de semana. ¿Ella tiene que educarlos? ¿Y a los padres quién los educa, en la obligación que tienen sobre sus hijos?
¿Qué haría si dejara la enseñanza? Nunca ha hecho otra cosa, no sabe hacer otra cosa. Lo dejaría todo y volvería a empezar, volvería a tener sueños, seguro que le vendrían nuevas ilusiones. ¡En la vida hay tantos caminos para explorar!
Tiene que decidirse y no darle vueltas a todos sus pensamientos.

Llega a la próxima rotonda. Se pone el semáforo en rojo, pasan los coches que enfilan la Diagonal, cruzando la vía del tranvía. Se pondrá verde y seguro que alguno se quedará en medio. ¡Cada día lo mismo! Sale disparada en cuanto cambia el semáforo, quiere evitar el tapón, que día tras día, y coches diferentes, fabrican de nuevo como un bucle infinito. El tapón entorpece el tráfico y los coches se quedan en los cruces dando origen a un concierto de cláxones de diferentes tonos, música demoníaca, a la que muchos son aficionados. Quieren tener los coches más grandes y hacen sonar la música infernal, porque seguramente, solo al volante de sus coches, se sienten importantes. Realmente su pensamiento es otro, pero lo obviaré.
Consigue tomar la carretera de Esplugas y llega al instituto puntual, como siempre. Aunque como siempre, hoy también llega acelerada. Es un clon convertido en persona, es un clon del conejo blanco de Alicia que con el reloj colgado del cuello, corre ansioso porque llegará tarde.

Acaba las clases. Hoy tenía tutoría con un alumno conflictivo y esperando a los padres que no se han presentado, se le ha hecho tarde.
Sigue lloviendo.
Sube de nuevo al coche para volver a casa. Hoy es su aniversario de boda y su marido le ha prometido una sorpresa. El restaurante por lo pronto es el mismo de todos los años, no se imagina en que debe consistir la sorpresa. Durante diez años siempre han celebrado el día de su aniversario en el mismo local, siempre han cenado lo mismo e incluso el camarero es el mismo, no ha cambiado ni de aspecto.

Se hará una limpieza de cutis y registrará el armario porque no sabe que diablos se pondrá, tiene que renovar el vestuario. Llegará tarde. Respira hondo, se tiene que serenar. Hoy ha decidido que será un nuevo capítulo del libro de su vida.

Deja que su mente hipnotizada por la lluvia y por la carretera, siga volando, independiente a su cuerpo, independiente al tiempo y al espacio. Suena la música y parece que el limpia lleve el compás. Recuerda el día en que lo conoció. Lo primero que la enganchó de aquel hombre fue su mirada, una mirada misteriosa, una mirada inteligente. En su vida todo transcurría muy rápido pero con aquel hombre, parecía que el tiempo se detuviera. Se dejó llevar por un magnetismo invisible, por una atracción intensa que nunca había sentido al lado de ningún ser vivo.
En menos de un año vivían juntos.

Últimamente su convivencia no era lo que se podría decir ideal, habían caído en una rutina, sus vidas eran como un calendario escolar, con casillas fijas, sin tiempo para el placer de la aventura. Los días transcurrían por un sendero monótono, donde la única irregularidad era ella, ella y sus cambios de humor. Su carácter volcánico, chocaba con el talante relajado de él. Los castillos que construía en el aire, se deshacían en mil fragmentos cuando cruzaba el portal de su vivienda y se encontraba con la realidad: niños que cuidar, cenas para preparar, ropa que planchar, llamadas telefónicas que expresaban las quejas de unos padres que no saben envejecer. Ella se desesperaba, él, estudiaba tranquilo en el despacho.
Esta noche hablarán claro, esta noche lo arreglarán. Quizás ese es el problema, la falta de comunicación.
En el restaurante de todos los años, cenando lo mismo de siempre y atendida por el camarero que nunca envejece, conseguirá vaciarse de los demonios que la corroen. Él la entiende, sabe escucharla como nadie. Seguro que a partir de esta noche, podrá salir de la absurda rotonda y tomar una de las direcciones. Son jóvenes y siempre hay tiempo para reconducir la vida.
Gira el volante con una sonrisa.


EL

Un domicilio a última hora, ¡y hoy precisamente! Ella siempre es muy puntual, y esta noche quiere ser él, quien la espere en el restaurante. Recoge el despacho, guarda las recetas bajo llave, desconecta el ordenador y le pregunta a su compañero, si puede sustituirle.
Antes de ir a casa, se va a hacer la visita domiciliaria que tiene pendiente. Ha llamado antes al paciente por teléfono para tantear el diagnóstico y valorar la gravedad del problema. Parecía un cuadro más de virasis. El paciente que es joven, bien podía venir al ambulatorio y no obligarlo a ir a su casa, pero hoy no tiene ganas de discutir. Si no visita a este paciente y lo tranquiliza, se pasará el fin de semana llamando a los de urgencias. Y lo peor, sería que esta vez fuera algo más grave que un catarro y haya consecuencias. Es una mierda, tener que estar siempre con la amenaza de la denuncia, de la negligencia… Sería fantástico que hubiera algo más de confianza entre médico y paciente.

Tarda un cuarto de hora en encontrar aparcamiento y después de subir hasta el ático, por supuesto sin ascensor, se encuentra con el paciente que por teléfono decía estar muriendo. Después de escucharlo y explorarlo, le diagnóstica un simple catarro. Intenta no enfadarse y actuar como un profesional, pero después de visitar más de cuarenta pacientes, luchar contra el tiempo, intentar mantener una sonrisa cada vez que abre la puerta, acomodar el cerebro una y otra vez para escuchar problemas distintos, ser eficaz, y con el poco tiempo que dispone para cada visita; a estas horas del día está realmente agotado. Siente la cabeza hueca, como si los problemas de los cuarenta y tantos, le estuvieran parasitando las neuronas. Y para `postres el catarro. Cuando un paciente lo llama a casa, en teoría es porque se encuentra tan mal que no puede acudir al ambulatorio y espera encontrar al menos una buena neumonía y no un resfriado vulgar.

Vuelve al coche empapado e intentando luchar contra su enfado. El paciente quería antibióticos para su catarro, ha intentado explicarle que el antibiótico es ineficaz para un virus, incluso es nocivo porque baja las defensas, y el rollo de siempre: que cuando le haga falta de verdad no le hará efecto, las resistencias y todo lo demás, pero fue un monólogo, seguro que mañana, llamará al medico de guardia y no parará hasta que otro galeno le recete el antibiótico deseado. Punto muerto, piensa. Hoy es viernes y los problemas igual que la bata blanca, se quedan en el perchero del despacho.

Está cayendo un diluvio, pero ya no tiene tiempo de ir a casa. Enfila la ronda y se dirige directamente al restaurante, deseando poder llegar antes que ella, al menos por esta vez.
Hoy la va a sorprender, en el maletín guarda dos billetes para ese viaje del que tanto han hablado, se irán por fin a Egipto y los dos solos. Ha quedado de acuerdo con la suegra, para que se encargue de los niños, haciéndole prometer algo bastante difícil: que calle.

Tras diez años de casados, conoce casi más detalles de Egipto que de Barcelona. Cuando ella estudiaba la carrera, tenía la costumbre de hacerlo en voz alta y lo martilleaba con los temas del próximo examen. Egipto era el preferido, por ello había estudiado historia del arte y quería hacer ese viaje cuando acabara la carrera. Acabó la carrera pero el viaje se pospuso. Nacieron los niños, los apuros económicos, pero el mayor impedimento era el hecho de que le costaba mucho separarse de sus hijos, parecía que seguía con el cordón umbilical muy atado a sus retoños. Se deprimía cuando los niños no estaban cerca, y se agobiaba cuando los tenia encima, pero así era, y por eso la quería. La quería más que el primer día. Sentía admiración por su mujer, admiraba la fuerza que tenía para encararse con todo. Cuando parecía que tocaba fondo, surgía como un ave fénix de sus cenizas. Vitalista, vivía todo intensamente y para él, era como una vitamina. Su mujer era como el mar, una ola que arrastraba con ella trozos de vida. Era como la espuma que se desintegra en la playa, alegre, cambiante, explosiva. Necesitaba bucear en aquel azul abismo para sentirse vivo.

Cuando piensa en ella, una sonrisa adorna sus labios. Se conocieron en un metro, en el trasbordo de Diagonal y tenía aquel momento tan claro como el primer día. Todo el gentío que corría por los andenes se difuminó, hasta convertirse en fantasmas invisibles y en un primer plano, apareció una joven desencajada a punto de llorar. Se le había caído la carpeta al suelo y todos sus apuntes se habían desperdigado por el arcén. Se quedó un rato mirándola. Aquella chica estaba montando una escena única, que desdibujaba el entorno de gente gris que corría por su lado, gente gris que sólo miraba hacia delante, gente gris que contrastaba con su luminosidad. Estaba arrodillada en el suelo, recogiendo folios dispersos y con el cabello tapándole la cara. Tras unos segundos de contemplación corrió a ayudarla, cruzaron las miradas y desde aquel primer momento se dio cuenta solo con mirarla que era la mujer de su vida, la mujer que siempre había soñado, y ahora por fin, la tenía delante de él.

Con el paso del tiempo seguía enamorado y realmente la quería más. Era un complemento a su carácter quizás demasiado relajado. Junto a ella no tenía espacio el aburrimiento, pero la relación estaba encallada en un punto muerto. Su vida en común se había convertido en un pantano. Ella siempre irritable, se consumía por la impaciencia, y él no sabía ayudarla. Se pasaba el día escuchando problemas de los demás y no sabía como resolver los suyos. Quizás no quería verlos, también era consciente que no desconectaba de su faena, debía seguir estudiando al llegar a casa, siempre surgían dudas en la consulta que debía repasar, luego estaban los niños, los achaques de los padres. Era como si el tiempo de ellos dos hubiera dejado de existir. Sus vidas transcurrían por caminos paralelos y ya era hora de buscar una intersección. Comprar los billetes para Egipto, había sido una de las mejores ideas que había tenido, esta noche sorprendería a su mujer.
Siempre hay tiempo para rectificar.

Llega empapado al restaurante, y después de adecentarse en el lavabo, se sienta en la mesa reservada. Pide al camarero un martini blanco y coloca los billetes del viaje, junto al jarrón con dos rosas amarillas que hay en la mesa ¡Perfecto, ha llegado por una vez antes que ella!

La pareja de al lado ya esta tomando los postres, cuando se acerca el camarero, disimula mirando a otro sitio. Se retrasa más de una hora y es muy extraño en ella. Quizás se retrasa por la lluvia, quizás… Se está poniendo nervioso. No le ha contestado a las llamadas telefónicas. Cuando se siente del todo desesperado, el móvil empieza a sonar, será ella, piensa.
Una voz desconocida y grave le habla de la lluvia, le dice algo de un coche que ha perdido el control en una rotonda, un accidente. No puede escuchar más, sus músculos se agarrotan, el móvil se le cae de la mano.

El policía sigue explicando una historia al vacío.

Se vuelca el martini, el líquido transparente se derrama sobre las rosas amarillas y los billetes del soñado viaje a Egipto.